Cuando el Fanatismo Habla Más que el Corazón
¿Te ha pasado encontrarte con personas que, sin importar el tema, encajan referencias religiosas de manera forzada? Puedes estar hablando de cualquier cosa —el clima, un proyecto, una película— y de pronto sale una frase casi automática: "¡La sangre de Cristo reprenda eso!", "Dios te bendiga en el nombre de Jesús", o "Hay poder en la sangre". No es malo hablar de Dios, al contrario: cuando es genuino, puede ser una caricia al alma. El problema surge cuando esas expresiones son vacías, mecánicas, o peor aún, incoherentes con la vida de quien las pronuncia.
Muchos caen en una especie de "posesión emocional" donde el fanatismo toma el control. No se trata de una posesión demoníaca al estilo de las películas, sino de un dominio interno de miedo, inseguridad o necesidad de validación. Hablar de Dios se convierte en un refugio, en una máscara, en una manera de sentirse "mejor" o "más santos", aunque por dentro no se haya vivido una verdadera transformación.
¿Por qué sucede esto?
- Miedo y necesidad de salvación: Algunos sienten que si no mencionan constantemente a Dios, están fallando o poniendo en riesgo su salvación. La repetición les da una sensación de control.
- Búsqueda de identidad: Encontrar en la religión un sentido de pertenencia o propósito puede ser positivo, pero cuando se exagera, se pierde la esencia de la fe misma.
- Falta de trabajo interior: Hablar de Dios es fácil. Vivir el amor, la paciencia, la coherencia que Él enseña, es el verdadero desafío. Sin este trabajo interno, las palabras se quedan flotando como globos sin dirección.
- Imitación inconsciente: Muchos simplemente repiten lo que han visto en otros sin detenerse a cuestionar si esas actitudes reflejan realmente el espíritu de Cristo.
El verdadero lenguaje de Dios es la vida que llevamos.
La coherencia, la compasión, la humildad silenciosa, la paciencia con los demás, la capacidad de escuchar antes de hablar... todo eso predica más fuerte que mil frases religiosas repetidas.
Y si alguna vez queremos hablar de Dios, que sea desde la vivencia, no desde el afán de "ganar puntos" o de parecer más espirituales que otros.
El amor no grita. El amor no impone. El amor simplemente es.
¿Te ha pasado algo similar? ¿Has visto esta desconexión entre palabra y vida? Me encantaría leerte en los comentarios.
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